Hoy en día, la mayoría de los sistemas operativos cuentan con una interfaz gráfica y están diseñados para facilitar su uso. El objetivo es que el usuario pueda acceder a las funciones más importantes con solo unos clics del ratón y navegar por los menús de la forma más intuitiva posible. Sin embargo, este no siempre fue el caso. En los albores de la informática, cuando los ordenadores se utilizaban con fines científicos y militares, no existía ningún sistema operativo en absoluto. Por aquel entonces, todo se hacía directamente en la propia máquina y aún no había ninguna interfaz. No obstante, cuando empezaron a aparecer los primeros PC, es decir, ordenadores que ya no tenían el tamaño de un armario, los sistemas operativos se convirtieron en un estándar.
Los primeros sistemas operativos aún no tenían una interfaz gráfica de usuario, sino que se trabajaba con una línea de comandos que aún se encuentra en la PowerShell de Windows. Para cada acción, ya sea abrir un archivo, navegar por la estructura de carpetas o ejecutar un programa, se debía conocer e introducir el comando correcto. Con el tiempo, a medida que los ordenadores también se empezaron a emplear para uso doméstico, se establecieron interfaces de usuario más sencillas, obra de las empresas Microsoft (con Windows) y Apple (con macOS).