Vivir en la era de la información significa dejar muchas huellas digitales a nuestro paso por la red. Las cuentas en Facebook, Instagram, Twitter, etc., se protegen cuidadosamente con contraseñas para hacerlas lo más seguras posible. Muchos de nosotros comentamos y publicamos en ellas con tanta asiduidad que las redes sociales aglutinan a día de hoy una gran parte de la comunicación diaria. En la era moderna, las personas pasan una parte esencial de su vida en Internet, dejando aquí un patrimonio personal muy sensible compuesto por información, documentos, archivos, imágenes y vídeos.
Sucede que si alguien fallece de forma inesperada, no solo le sobreviven sus contemporáneos, sino también sus cuentas y sus datos en Internet. Dado que normalmente es la persona fallecida la única que conoce sus contraseñas, a sus familiares les resulta muy difícil gestionar su patrimonio digital post mortem. De ahí que sea recomendable regularlo en vida.
Esto es de especial relevancia si se almacenan documentos sensibles en Internet, por ejemplo, en un servicio en la nube, o se intercambia información importante por correo porque, en caso de muerte repentina, podría ser necesario acceder a mensajes y archivos privados. Los perfiles en las redes pueden cerrarse o convertirse en páginas conmemorativas y las carpetas virtuales podrían contener documentos y archivos importantes para los herederos, que podrían querer configurar una respuesta automática para informar a los contactos más frecuentes del deceso y, en caso necesario, de su nueva persona de contacto. Naturalmente, cerrar la cuenta de forma definitiva es en última instancia un paso tan habitual como necesario.
En contraposición, el legado de los dispositivos físicos de almacenamiento sigue procedimientos mucho más simples, pues acostumbran a pasar como propiedad a las manos de los herederos, y en este caso el soporte se confunde con el contenido. Acostumbra a tratarse de discos duros, dispositivos y USB que no se protegen por contraseña o en cualquier caso es conocida por los miembros de la familia. Pese a todo, cabría aquí también regular los permisos de acceso para que los familiares puedan acceder a los datos que albergan estos dispositivos sin problemas, que pueden estar compuestos por fotos y vídeos, pero también por documentos importantes.
Más compleja es la situación cuando la persona fallecida gestionaba algún tipo de negocioen Internet. Si administraba un canal de YouTube con ingresos por publicidad, es necesario regular este flujo monetario, como también ocurre con los perfiles de Instagram que reciben ingresos por publicaciones patrocinadas. Dicho de otro modo, en el caso de los influencer, productores de contenido y todo tipo de personas con ingresos generados en Internet, la herencia digital es de extrema importancia.
¿Qué ocurre cuando el fallecido contaba con un patrimonio en criptomoneda o saldo en su cuenta de PayPal? Los depósitos en moneda digital están ganando relevancia cuando se trata de gestionar la herencia digital, pero más complicada se revela la situación con los contratos vigentes por servicios de SaaS, las compras que aún no se han recibido o las suscripciones en servicios de streaming o bibliotecas electrónicas. En el terreno del juego online también se generan preguntas relacionadas con el legado digital, porque aquí también hay contenido que podría tener valor monetario.
Solamente cuando se entra a considerar este tema de cerca se ve con claridad cuántos datos, cuentas, perfiles y propiedades digitales en general se acumulan en una vida, un patrimonio duradero que, si no se administra cuando se está en condiciones de hacerlo, plantea grandes dificultades a los herederos. En definitiva, elaborar un testamento digital es un paso imprescindible para facilitar las cosas a los que se quedan.