Podemos encontrar muchos otros ejemplos de dynamic pricing en el día a día: si la fruta lleva mucho tiempo en el supermercado, suele venderse más barata. El hecho de que el precio del combustible suba puntualmente justo antes de las vacaciones y las tumbonas de playa estén mucho más baratas cuando hace mal tiempo se debe a los precios flexibles y ajustados. Cuando los clientes (habituales) reciben una oferta, también estamos hablando de fijación dinámica de precios. Muchos complejos turísticos de esquí tratan de atraer clientes con ofertas cuando hace mal tiempo y, a veces, en Estados Unidos incluso varía el precio de las entradas de eventos deportivos según el tiempo, la fecha, la posibilidad de ganar o el atractivo de un partido en concreto.
En su mayoría, se trata de modelos consolidados con los que prácticamente todo el mundo se topa cada día. Todas estas situaciones tienen algo en común: los precios varían si pasa el tiempo, la competencia o debido a consideraciones y factores estratégicos que el distribuidor utiliza a su antojo para maximizar los beneficios, fidelizar clientes o, en el mejor de los casos, para ambas cosas.
Las estrategias son muy variadas, pero los objetivos no tanto: aparte de la maximización de los beneficios, los distribuidores utilizan los precios dinámicos principalmente para fidelizar clientes, por ejemplo, en forma de descuentos. Si el cliente tiene la sensación de que ha conseguido una buena oferta, aumenta la probabilidad de que vuelva.