El efecto de anclaje resulta de una heurística del juicio, un mecanismo de orientación que nuestro cerebro utiliza para tomar decisiones.
A nivel evolutivo, el uso de heurísticas es ventajoso. En muchas situaciones, no hay tiempo para recopilar toda la información o registrarla y sopesarla para tomar la mejor decisión posible. En la prehistoria, si un animal salvaje se acercaba, no había tiempo para preguntarse si es peligroso o no, porque había un peligro de muerte inminente. Hasta el día de hoy, las aproximaciones y atajos del pensamiento han demostrado su valor en innumerables situaciones de nuestra vida cotidiana.
Estas heurísticas del juicio nos permiten ahorrar energía y fuerza de voluntad, ya que transcurren como procesos cognitivos inconscientes y sin esfuerzo. Nuestro cerebro solo activa el pensamiento consciente y controlado cuando ocurre algo inesperado que atrae nuestra atención. Un conductor experimentado puede recorrer el camino a su trabajo casi con los ojos cerrados. Sin embargo, si una obra de construcción bloquea la ruta habitual, mantendrá los ojos bien abiertos. Nuestro cerebro también emplea heurísticas del juicio cuando estamos cansados, distraídos o sobrecargados.
El efecto de anclaje es un sesgo cognitivo resultante de esta heurística. Kahneman y Tversky teorizaron que esto ocurre porque las personas no somos capaces de corregir un juicio emitido a partir de un ancla. Investigaciones posteriores contradijeron la teoría, de modo que hoy en día existen varias explicaciones, pero en última instancia no está claro por qué nuestro cerebro es vulnerable a la heurística de anclaje.
Una cosa es cierta: esta no es la única distorsión cognitiva que influye sobre nuestro pensamiento. Otras distorsiones conocidas son el efecto IKEA, el efecto halo, el efecto señuelo, el efecto dotación y el efecto de arrastre. Al igual que el efecto de anclaje, todos estos fenómenos se pueden utilizar en marketing y ventas.