La imagen de la abeja y su recorte ya han ilustrado cómo el tamaño de los píxeles afecta a la percepción óptica. En los primeros tiempos del PC, los monitores eran todavía dispositivos con tubos de imagen clásicos y resoluciones de 640 x 480 (VGA), a los que siguieron 800 x 600 (SVGA). No hace mucho, el llamado PC “HD-ready” con 1280 x 720 píxeles tuvo su momento. La verdadera HD ofrece 1920 x 1080 píxeles, y los últimos sistemas de formato completo 8K presentan 8192 x 4320 píxeles. Pero la competencia por el número de píxeles despegó de verdad con el desarrollo de los monitores LED. Permitieron densidades de píxeles muy altas en muy poco tiempo. Esta tecnología forma parte ahora de las pantallas de los smartphones modernos.
Como medida de la resolución de las imágenes para su visualización en monitores, 72 dpi (puntos por pulgada) han demostrado ser un valor suficiente para el ojo humano. Cuanto más pequeños sean estos píxeles, más podrán caber en la superficie de un monitor, aumentando la resolución global de los dispositivos. Para los materiales impresos profesionalmente, el valor más utilizado es el de 300 dpi.
Una vez que se ha creado una imagen digital rasterizada, por ejemplo, a partir de una cámara digital, puede ampliarse considerablemente, pero esto siempre reduce la calidad de la representación. Por eso, cuando los rostros se vuelven irreconocibles en fotos o vídeos, la imagen resultante suele calificarse de “pixelada”.