Una característica típica de las aplicaciones nativas en la nube es que consisten en varios servicios individuales, los llamados microservicios, que apenas están vinculados entre sí y son independientes unos de otros y de la correspondiente infraestructura. La comunicación entre ellos se lleva a cabo a través de API (interfaces) estandarizadas que permiten que el usuario final tenga la sensación de interactuar con una sola aplicación. Así, los servicios se diseñan de tal manera que también podrían formar parte de otra aplicación. Esto implica que los microservicios puedan combinarse y copiarse libremente en otras aplicaciones y reutilizarse si es necesario.
Otra característica de los servicios nativos en la nube es que se comportan de manera muy predecible y se ejecutan con un alto grado de automatización. A diferencia de las aplicaciones on-premises, que se operan en entornos de servidor clásicos, el rendimiento de las aplicaciones cloud native se adapta con precisión a las necesidades del momento. De esta manera, para aumentar el rendimiento, nunca es necesario escalar la aplicación como un todo: dependiendo de los requisitos actuales, cada microservicio se actualiza independientemente uno de otro. Estos procesos suelen ejecutarse automáticamente a través de desencadenantes definidos con anterioridad (eventos desencadenantes).
Con el software on-premises convencional, implementar cada actualización en el servicio en cuestión suele conllevar un tiempo de inactividad, un problema que no tienen las aplicaciones nativas en la nube. La arquitectura cloud native permite al equipo de desarrollo implementar cambios, como nuevas funciones de productos, en tiempo real. Esto significa que las novedades están disponibles para los usuarios inmediatamente después de introducir el código. En caso de algún error de servicio o infraestructura, también existen ciertos mecanismos de recuperación que funcionan de manera distribuida y aseguran que no los usuarios no se vean afectados de manera notable.