Entre las muchas diferencias técnicas entre HDD y SSD, merece la pena echar un vistazo a la durabilidad de cada una de estas tecnologías. En la actualidad, las soluciones mecánicas están muy desarrolladas, pero también están sujetas al desgaste natural, sobre todo por fricción (de lo contrario, existirían los móviles perpetuos). Por lo tanto, la vida útil de un disco duro se estima entre los cinco y los diez años, si bien puede verse mermada según la carga térmica y mecánica a la que se vea sometido. Algunos fabricantes prometen una vida útil del disco duro HDD de hasta un millón de horas (equivalente a aproximadamente 114 años). Existen muchos programas de diagnóstico que determinan el estado de salud de un disco duro. Para prolongar su durabilidad, la desfragmentación a intervalos regulares es una medida importante.
Por su parte, la vida útil de la unidad SSD se indica normalmente con la capacidad máxima total de datos ejecutables, que se mide en TBW (terabytes escritos). Un ejemplo: el fabricante vende una unidad SSD para consumo particular con una capacidad de 240 gigabytes, una garantía de tres años y un volumen total de datos de 72 terabytes. Si hacemos las cuentas, tenemos 65 gigabytes por día. Un ordenador de mesa normal y corriente escribe entre 20 y 30 gigabytes al día. Por lo tanto, este ejemplo de unidad SSD debería tener una durabilidad de diez años. Si se trabaja con archivos de vídeo o imagen, este volumen se consumiría con más rapidez.
Las unidades SSD actuales orientadas al mundo profesional alcanzan hasta los cinco millones de ciclos de escritura, con tendencia al alza. Por lo tanto, los servidores con tecnología SSD son la mejor opción de almacenamiento con vistas al futuro, ya que también reducen la demanda de energía de los servidores y, con ello, minimizan su huella ecológica.
También existen programas de monitorización para las unidades SSD con los que poder analizar el estado de la unidad. Además, es posible actualizar el firmware de una unidad SSD para mejorar la gestión de datos.