Una identidad corporativa sirve para comunicar, tanto dentro como fuera de las estructuras de la compañía, una imagen unitaria y transparente de la empresa o la marca. Si los empleados y las subsidiarias saben cómo la empresa se ve a sí misma, cuáles son sus valores, y cuáles sus objetivos, es más fácil entender qué decisiones se toman. Si una empresa tiene una percepción coherente de sí misma aumenta en concordancia la fidelidad de la plantilla, que así reconoce con facilidad cuál es su lugar en una estructura sólida e interconectada. Los empleados que se sienten bien valorados y pueden entender el contexto en que se inscribe su trabajo, cooperan mejor con otros departamentos y tienen un rendimiento mayor.
Hacia afuera, la identidad corporativa determina la dirección de las campañas de marketing, la adaptación al público meta y las investigaciones de mercado. La forma en que una empresa se percibe a sí misma se refleja en gran medida en las acciones y estrategias con las que se presenta públicamente a su clientela. A la inversa, las acciones improvisadas y contradictorias comunican una identidad corporativa mediocre o a medias.
Obviamente no hay que pensar en la identidad corporativa como un monolito inalterable. Hay circunstancias externas a la empresa, como los cambios sociales, o factores internos, como el desarrollo de nuevos productos o las reestructuraciones, que pueden hacer que se tengan que reconsiderar algunos aspectos de la identidad. Con todo, conviene mantener la prudencia, porque un cambio brusco de imagen podría desconcertar a la clientela: si una marca contribuye a conformar la identidad de su público objetivo, un cambio de esta índole podría interpretarse como una especie de traición. Bajo determinadas circunstancias, en cambio, una modificación en la IC podría suponer un cambio de orientación necesario –como demuestran los partidos políticos.
La otra cara de la identidad corporativa es la imagen corporativa (corporate image), que define cómo se percibe a la empresa externamente, una percepción marcada por la identidad corporativa pero que también influye en esta. Si la empresa tiene una identidad fuerte, destaca entre la competencia y disfruta de una cierta imagen que fundamenta su reputación pública. Idealmente, esta identidad se reafirma en todos los aspectos a través de los años. Estas empresas consolidadas y con buena reputación no se hacen ningún favor, entonces, si de repente se deshacen de una identidad corporativa construida y consolidada con esfuerzo. Un cambio así de repentino tiene como consecuencia que los clientes, decepcionados, den la espalda a la empresa y opinen negativamente sobre ella.