Dependiendo del modo en que ampliemos nuestra cadena de producción, pueden ocasionarse efectos de encadenamiento (ampliación vertical) o efectos de agrupación (ampliación horizontal).
La cadena de producción se desarrolla de manera vertical cuando la empresa asume más ámbitos de rendimiento: por ejemplo, en los casos en que la propia empresa produce los materiales necesarios para fabricar el producto o se hace cargo de sus canales de distribución. Por lo general, cuantas más etapas de la cadena de valor asuma la empresa, más logrará ahorrar en costes. Asimismo, si esta debe establecer infraestructuras de producción o distribución adicionales, en algunos casos puede ponerlas a disposición de otras empresas a cambio de una contraprestación, obteniendo así ingresos adicionales.
La agrupación consiste en ampliar la oferta de productos dentro de una sola etapa de la cadena de valor, es decir, que en lugar de un solo producto, se pasa a fabricar más de uno. En este caso, lo ideal es intentar utilizar la mayor cantidad posible de recursos presentes en la empresa a la hora de producir el nuevo artículo: como mínimo una parte del personal cualificado, la maquinaria y los almacenes deberían aplicarse a la producción o distribución del nuevo producto. Generalmente, esta estrategia permite ahorrar más costes que si se comienzan a fabricar productos completamente diferentes para los que se requieren otros conocimientos y maquinaria más allá de los que ya se utilizan. Al mismo tiempo, al ampliar la oferta suele aumentar también el margen de beneficios de la empresa.
Dentro de ambos fenómenos distinguimos a su vez entre tres clases de relación: la objetiva, la espacial y la temporal.