El término «impairment» no indica otra cosa que una devaluación, es decir, que el valor actual de un activo ya no se corresponde con el valor contable (valor del activo registrado en los libros), lo que genera un error en el balance, pues si el valor de un activo se eleva en demasía, los beneficios y las pérdidas derivados podrían ser erróneos. En principio pueden deteriorarse tanto los activos como los pasivos de un balance.
Si bien existen diferencias territoriales que afectan a la contabilidad de las empresas, los IFRS (International Financial Reporting Standards) establecen la IAS 36 a nivel supranacional, con la NIC 36 como su equivalente español, como la norma que define el deterioro de activos y su cálculo. Solo quedan excluidos de ella (NIC 36, puntos 2-5) aquellos valores que ya son regulados por otros estándares, como son, por ejemplo, las existencias (NIC 2), los instrumentos financieros (NIC 39) o las inversiones inmobiliarias (NIC 40).
La mayor parte del inmovilizado de una empresa, como la maquinaria, los automóviles o los equipos informáticos, están sometidos a un deterioro por uso. Para este tipo de bienes se establece una amortización sistemática en la que los contables amortizan el inmovilizado regularmente desde el momento de su inicio operativo hasta su venta, pérdida o desguace. Fuera de esta depreciación constante, la contabilidad también prevé aquellos casos en que los activos, si bien se amortizan según el plan establecido, también pueden verse afectados por pérdidas inesperadas de valor, o aquellos otros con una vida útil indefinida (los cuales no han de amortizarse en plazos fijos). En ambos casos se ha de realizar un test de deterioro.