Una fusión de empresas se ha de planificar exhaustivamente. La merger integration due diligence investiga todos los aspectos que puedan tener un papel en ella. Tras la fusión, después de que una una empresa se haya integrado en otra, suele hablarse también de una post merger integration. La auditoría de due diligence acostumbra a abarcar una evaluación preventiva de riesgos del objeto de compra. Aduciendo el significado primario del término, ambas empresas (la compradora y la vendedora) han de ser examinadas con la debida diligencia para identificar lo que tienen en común y lo que las diferencia. Al ser diversas las formas que las empresas tienen de fusionarse, también lo son los procedimientos para llevarlo a cabo. Estas son las formas de fusión más comunes:
- Adquisición completa: una empresa se hace con el control total de la otra, la cual modifica todos los procesos y las estructuras en función del comprador.
- Participación: en la empresa que se compra, el propietario cambia pero las estructuras permanecen iguales. En la práctica, no tiene lugar ninguna integración.
- Conservación: la empresa conserva su autonomía aunque la compradora mantiene en última instancia su poder de decisión. Implica integrar las estructuras financieras. Es la relación habitual entre las empresas matrices y filiales.
- Simbiosis: esta variante no es muy común y aún más raro es su éxito. En la llamada mergers of equals la fusión de dos sociedades acostumbra a resultar en una nueva, como sucedió, por ejemplo, cuando la unión de Daimler-Benz y Chrysler dio lugar a Daimler Chrysler. Las dos empresas originarias cerraron y la nueva continuó su labor.
A menudo subestimada, una buena planificación contribuye en alto grado al éxito de una integración corporativa. Cuando se lleva a cabo sin el cuidado y el tiempo necesarios, no es nada infrecuente que resulte en una pérdida de valor de la empresa. Con todo, a los que conocen el sector no se les escapan las cifras: entre un 40 y un 70 por ciento de todas las fusiones se consideran fracasadas.
Este margen tan amplio se explica en función de cómo se entienda la palabra “fracaso”, ya que la bancarrota absoluta es mucho más improbable que un simple decrecimiento de los beneficios. Esto quiere decir que estadísticamente hablando es mucho menos probable que una empresa tenga que declararse a concurso por una mala fusión. Con pérdidas, en cambio, sí se ha de contar.
El caso más conocido de fusión con efectos desastrosos es el de la que unió a dos despiadadas pero rentables rivales: la Pennsylvania Railroad (PRR) y la New York Central Railroad (NYC), dos compañías de ferrocarril que operaban trayectos en el noreste de los Estados Unidos desde mediados del siglo XIX. La PRR estaba considerada por aquel entonces como la compañía más grande de tren y durante mucho tiempo mantuvo su papel pionero en el tráfico de ferrocarril seguro y eficiente. La NYC mantuvo algunas de las locomotoras más rápidas y legendarias de la historia norteamericana, como fue la “Super Hudson”.
Ambas empresas toparon de frente en el trayecto New York-Chicago. Al explotar el boom del automóvil en la década de 1950, las que en su día habían estado enfrentadas decidieron unir sus esfuerzos para plantar cara a esta tendencia, fusionándose en 1968 en una merger of equals en la Penn Central Transportation Company. La compañía de transportes recién fundada fue la sexta compañía más grande de los EEUU. Dos años más tarde se declaró en bancarrota en la que en su época fue la quiebra más sonada de la historia norteamericana.
En la actualidad las cifras confirman que esta historia se repite con frecuencia. Según un estudio de Ulrike Malmendier y Geoffrey Tate, los CEO más confiados de las grandes empresas se embarcan demasiado pronto en fusiones con un alto riesgo. En comparación con las de la competencia, el valor en acciones de estas sociedades fue empeorando a lo largo del tiempo. Los directores más reflexivos de pequeñas y medianas empresas raramente tienden a cometer este tipo de errores.
Si el interés de los inversores se centra en la obtención rápida de beneficios racionalizando una empresa, la fusión es una opción segura para ellos. Los directores y CEO de la empresa que se ha comprado, además, abandonan la empresa con respetables finiquitos. Pero si la empresa ha de generar ganancias a largo plazo, entonces hace falta algo más que un simple plan de negocios. La nueva dirección ha de entender a ambas partes, incluidas sus culturas corporativas, y analizar el producto y su motivación, su clientela y el mercado.
Es aquí donde una debida diligencia de merger integration puede ser de ayuda. Para cerrar un trato provechoso no solo a corto plazo, sino que permita crecer en el tiempo, conviene recordar estas directrices básicas:
- Cuando dos empresas se ensamblan es inevitable que se creen nuevas estructuras organizativas que conviene planificar antes de que se produzca un choque entre lo nuevo y lo viejo y se den complicaciones. Analiza la forma de trabajar y la organización de la empresa en detalle. Conserva las ventajas y deshazte de las desventajas.
- Las fusiones consumen muchos recursos, tanto monetarios como personales. Incorpora las existencias y mantén el contacto con el personal, puesto que solo con la suficiente motivación y capacidad de los implicados será posible lograr los objetivos de integración.
- La nueva empresa necesita un plan de negocios y una estrategia eficaces, así que asegúrate de que tus acciones se ajustan al mercado y los clientes de la sociedad.
- Examina tu plan de integración y calcula qué recursos financieros y de tiempo necesita la empresa. En situaciones problemáticas puede ayudar un plan B.
- Un equipo interno de integración con sobradas competencias y el know how requerido debería supervisar el proceso y analizar si los recursos que se han puesto a disposición de las diversas tareas son adecuados y suficientes.