Casi todos tenemos deseos y propósitos en nuestras vidas privada y profesional, pero ¿cuántos de ellos se llegan a realizar realmente?
Quiero ponerme en forma.
Quiero mejorar la relación con mis padres.
Quiero convencer a mi jefe para que me ascienda.
A menudo se abandonan los buenos propósitos a la primera dificultad. Quien no se toma el tiempo necesario para su proyecto, pierde de vista la meta en el estrés cotidiano o carece de la suficiente fuerza de voluntad y energía para perseguir su objetivo y superar sus miedos.
Muchos expertos en productividad y en motivación recomiendan poner toda la atención en el objetivo deseado y no perder el tiempo en preocuparse por las dificultades o los posibles problemas. La visualización del futuro deseado y las afirmaciones (autoafirmación positiva) ayudan a mantener la motivación íntegra, pero son muchas las personas que fracasan con estas estrategias.
El problema no es que no lo deseen ni que lo estén haciendo mal, todo lo contrario. Su experiencia coincide con las conclusiones de la investigación en psicología motivacional, que ya ha dejado claro que un foco de atención positivo no es suficiente.
Diferentes estudios científicos han demostrado que centrase solo en pensar positivamente y fantasear puede ser incluso contraproductivo para conseguir el objetivo. En varios estudios, los pensamientos positivos tenían un efecto sedante en los participantes, pero aunque parecía que sacaban buen provecho de la idea, en la vida real se volvían pasivos y no llevaban a cabo ningún cambio.
Por el contrario, quien se concienciaba de lo que podía obstaculizar la llegada a su meta, veía paradójicamente aumentada la posibilidad de alcanzarla; siempre y cuando la tomara por factible. Esta técnica, que juega un papel central en el método WOOP, se denomina contraste mental.
Otros estudios evidenciaron que aquellas personas que determinaban por escrito sus metas y su manera de proceder a menudo tenían más éxito que los sujetos de prueba que solo tomaban una decisión interna. El simple hecho de diseñar un plan aumentaba las probabilidades de éxito en un 50%. Particularmente, los planes que mejor funcionaban seguían un esquema del tipo si - entonces.