Los expertos económicos han estado discutiendo desde el siglo XIX sobre si las patentes mejoran la tasa de innovación. Algunos se oponen totalmente a las patentes, ya que están diseñadas para impedir que terceros inventen algo nuevo basado en la tecnología patentada. Sin embargo, hay quienes consideran que la patente es el factor de innovación por excelencia, en base a la suposición de que los inventores se dejan llevar por la codicia de obtener beneficios. La respuesta se encuentra, probablemente, en algún punto intermedio entre una y otra opción.
Dentro de la Estrategia Europa 2020, la OEPM ha puesto en marcha una iniciativa conocida como Plan Estratégico 2017-2020 que pretende conseguir que la propiedad industrial se convierta en un factor clave en la toma de decisiones cotidianas por parte de las empresas. En el plan se incluyen 27 medidas tendentes a impulsar “la diferenciación, especialización y mayor rendimiento del sistema productivo español” y conseguir una posición competitiva para las empresas españolas en los mercados internacionales a través de instrumentos de protección de la Propiedad Industrial (PI). Así, se pretende impulsar y proteger el trabajo de las pymes, que son la principal fuerza de la economía española y los máximos creadores de puestos de trabajo.
Lo que está claro es que, en España, la solicitud de patentes está muy lejos de las cifras que se manejan en otros países europeos. De acuerdo con los datos ofrecidos por la Oficina de Patentes Europea, en Alemania se presentaron, en el año 2017, un total de 25 490 solicitudes de patentes mientras que en España la cifra fue de 2 286. Entre 2009 y 2017 se ha producido un descenso del 38 % en la presentación de solicitud de patentes, lo que supone una caída anual consecutiva durante nueve ejercicios. Además, de acuerdo con los datos más recientes de la OEPM, en 2018 se produjo un descenso del 30 % en la solicitud de patentes.