Este modelo laboral es muy joven. No fue hasta 2005 que el empresario Brad Neuburg utilizó por primera vez el término cuando creó el San Francisco Coworking Space, donde se podía ir a trabajar dos días a la semana. Pero ya en los años 90 los programadores se reunían en los llamados Hacker Spaces, en los que trabajaban codo con codo, apoyándose mutuamente en caso de problemas e intercambiando sus conocimientos y habilidades.
El trabajo en espacios de coworking ha ido ganando en popularidad especialmente entre los profesionales autónomos, que trabajan principalmente de forma digital y, dado que solo necesitan un ordenador portátil y quizás un teléfono, pueden elegir su lugar de trabajo. Su oficina, que consiste en unos pocos objetos, se guarda rápidamente en una bolsa y puede trasladarse sin problemas de un lugar de trabajo a otro. En las ciudades más grandes, imanes para emprendedores y freelancers, los espacios de coworking están creciendo a un ritmo de casi el 25 por ciento.
Asia ocupa aquí una posición especial, puesto que, en parte, no se trata solo de un ambiente de trabajo atractivo, sino de una cuestión de necesidad. Hong Kong, China, Taiwán, India o Singapur están experimentando un enorme crecimiento entre las empresas de tecnología, mientras que, al mismo tiempo, su oferta en oficinas es muy reducida. Esto es también lo que ocurre en ciudades como Nueva York, París o Berlín. En estas ciudades es muy difícil encontrar una oficina, es decir, a un precio asequible para un pequeño empresario.